Quizá la cifra para leer la figura de Humberto Ak’abal sea un cifra histórica. El conocimiento de su obra poética coincide con la emergencia de otras dos figuras importantes en el mundo literario guatemalteco: Luis de Lion, para la narrativa de imaginación y Rigoberta Menchú, para esa forma de la épica que la academia ha catalogado como «testimonio». Los tres autores comparten fuerza expresiva, identificación personal con los temas que tratan y un carisma personal que los convierte en figuras nacionales, en figuras que representan mucho más que la etnia de la cual provienen. Por último, no creo que se ignore un hecho de importancia para ellos: son los primeros mayas que hablan con voz propia, con el profundo orgullo de su cultura, desde la época colonial. Si hubo otros antes, estos otros no tenían como marca la insolencia de ser orgullosamente indígenas. Asombra todavía comprobar que las voces de los mayas fueran silenciadas por siglos, desde un poder lingüístico que negaba toda autoridad a la mayoría de habitantes del país. El juego de palabra induce a decir que la de Menchú, de Lion y Ak’abal no fue una emergencia, sino una insurgencia literaria, paralela a aquella otra insurgencia que fue reprimida con barbarie. Mientras la insurgencia armada fue aplastada con todos los medios violentos, la fuerza de la cultura hizo el milagro de que la insurgencia de la palabra se impusiera, y no porque paternalistamente se le fuera permitido, sino por el tesón, el coraje y el inmenso talento de quienes tomaron la palabra a pesar de todo.