En El justo castigo, Tejeda se deja atravesar por Mayela y Marcelino, dos hermanos oaxaqueños resignados a una vida mezquina de clase media de provincia cuyo bienestar se encoge irremediablemente a su alrededor. Los dos nos hablan, nos cuentan su imposibilidad de eludir su destino y, sobre todo, la incapacidad, la impotencia para aliarse, para encontrar en el otro al compañero de desgracia. Esta novela duele. Duele porque a sus personajes les va mal. Porque son torpes al articular su vida, porque no tienen un diccionario sentimental más allá del infinito censo de sus rencores, de la abundancia negativa de sus carencias, porque su deseo es demasiado débil para impulsarlos a un afuera continuado. Merecen el pozo de su familia. Y con todo, al final nos conmueven, porque el dibujo de sus vidas nos recuerda una profunda verdad sobre nuestra falibilidad.