HAY en Espa&ntilde;a un territorio desviado de la ruta de los turistas, en cierto modo desconocido e impenetrable. S&oacute;lo se ven all&iacute; terrenos de cultivo, sierras de pastoreo y algunas minas de poco renombre.<br />Es la comarca que une a Extremadura con Andaluc&iacute;a, pa&iacute;s tan bello como sugerente, que ahora estimo recorrer con el alma abierta a las grandes recordaciones hist&oacute;ricas. Por aqu&iacute; pasaban, en efecto, los soldados y capitanes de Extremadura buscando el glorioso valle del Guadalquivir y los muelles de Sevilla, donde las galeras de empinada popa reclutaban a todos los hombres de buena voluntad que so&ntilde;asen con el oro y la gloria de las Indias.<br />Por estos montes de encinas y olivos, gratos a la vid, transitaban los conquistadores a lomo de sus &aacute;giles caballos, portando su espada y su rodela, y all&aacute; dentro del pecho un animoso coraz&oacute;n.<br />Los llanos y las dehesas de Extremadura llen&aacute;ronse un d&iacute;a de fastuosas revelaciones; hasta el pa&iacute;s escondido y mediterr&aacute;neo hab&iacute;a llegado la buena nueva, y en la Tierra de Barros, en la Serena, en C&aacute;ceres, en Trujillo, los hidalgos de templada musculatura y lanza en astillero comentaban bajo los portales: &laquo;All&aacute; abajo, hacia Sevilla, hay banderas donde engancharse para las empresas del Nuevo Mundo... &iexcl;Todo lleno de oro y plata y perlas preciosas!&raquo;