En &quot;La marquesa de Gange&quot;, &uacute;ltima obra de Sade publicada en vida por el escritor en 1813, Sade repite uno de sus temas favoritos: la persecuci&oacute;n de virtud indefensa por los malvados. Bajo las apariencias de follet&iacute;n a novela g&oacute;tica, a menudo de atm&oacute;sfera prerrom&aacute;ntica, es f&aacute;cil advertir, en la prosa impecable de Sade, un sordo sarcasmo, que convierte la obra en sangrienta parodia de las novelas edificantes que hab&iacute;a puesto de moda Samuel Richardson. Visiblemente, Sade gusta de duplicar sus buenas o malas artes con la m&aacute;s ir&oacute;nica hipocres&iacute;a literaria: pero, aunque disfrazado con piel de oveja, el le&oacute;n sigue siendo el le&oacute;n, es decir, el &quot;divino Marqu&eacute;s&quot;<br /><br />La marquesa de Gange es una joven adornada con todas las virtudes (porque en Sade, tanto las virutdes como los vicios s&oacute;lo se manifiestan en sus casos m&aacute;s extremos) y casada con un hombre igualmente encantador, a la que el destino no deja de perseguir con tristezas. Su cu&ntilde;ado, que es sacerdote, la desea y la persigue continuamente, reteni&eacute;ndola incluso contra su voluntad. Ella se resiste y este tira y afloja entre ambos da origen a un argumento en que la pobre marquesa se ve cada vez m&aacute;s asediada y su cu&ntilde;ado se vuelve cada vez m&aacute;s insistente. M&aacute;s tarde se le une incluso su otro cu&ntilde;ado y ambos intentan hacerse con sus favores hasta que, vi&eacute;ndose rechazados, deciden matarla. La v&iacute;ctima virtuosa est&aacute; condenada a morir, igual que ocurre en &quot;Justine&quot;, pero aqu&iacute; los malvados tambi&eacute;n reciben su justo castigo por sus fechor&iacute;as, si bien sus muertes, al final de todo, aparecen m&aacute;s como un recurso literario que como un desenlace espont&aacute;neo de la acci&oacute;n.