La realidad objetiva es producida &uacute;nicamente por la imaginaci&oacute;n. Los objetos parecen tan independientes de nuestra percepci&oacute;n de ellos que tendemos a olvidar el hecho de que su origen se debe a la imaginaci&oacute;n. El mundo en el que vivimos es un mundo de imaginaci&oacute;n, y el hombre -a trav&eacute;s de sus actividades imaginativas- crea las realidades y circunstancias de la vida; y lo hace tanto consciente como inconscientemente.<br />No prestamos suficiente atenci&oacute;n a este don inestimable -la imaginaci&oacute;n humana- y un don es como si no existiera a menos que haya una posesi&oacute;n consciente de &eacute;l, y una voluntad de utilizarlo. Cada uno de nosotros tiene el poder de crear la realidad, pero este poder est&aacute; latente, como si estuviera muerto, a menos que se ejerza conscientemente. El ser humano vive en el coraz&oacute;n mismo de la creaci&oacute;n -la imaginaci&oacute;n humana- y, sin embargo, no es consciente de lo que all&iacute; ocurre. El futuro no ser&aacute; fundamentalmente diferente de las actividades imaginativas del hombre; por lo tanto, el individuo que puede conjurar cualquier actividad imaginativa a voluntad, y para quien las visiones de su imaginaci&oacute;n son tan reales como las formas de la naturaleza, es due&ntilde;o de su propio destino.