El donatismo es, si no un producto, s&iacute; un subproducto de la era constantiniana. En la confrontaci&oacute;n entre Agust&iacute;n y los donatistas emergen dos modos de entender la presencia del cristiano en el mundo, dos maneras de entender &mdash;si no en la pr&aacute;ctica, s&iacute; en la teor&iacute;a&mdash; las relaciones entre la Iglesia y el Estado, dos formas de comprender la comunicaci&oacute;n de la gracia divina a los hombres en el interior de la Iglesia, en &uacute;ltima instancia, dos eclesiolog&iacute;as y, a su lado, dos tipos de teolog&iacute;a sacramentaria.<br />Ambas posiciones se esclarecen con los textos agustinianos. La del propio Agust&iacute;n, como es obvio, en las muchas p&aacute;ginas que dedic&oacute; a exponerla, no como suya personal, sino como de la &laquo;Cat&oacute;lica&raquo;. La donatista, porque el Santo no s&oacute;lo se limita a refutar a su adversario, sino que nos aporta en su tenor literal numerosos documentos donatistas que s&oacute;lo gracias a &eacute;l han llegado hasta nosotros, y que son material imprescindible para conocer en su propio contexto el movimiento cism&aacute;tico.<br />En la confrontaci&oacute;n, las tesis agustinianas salieron vencedoras y pasaron a la posteridad, como precioso legado de aquel desgarr&oacute;n eclesial. Sus aportaciones, con el consiguiente enriquecimiento, se extienden de modo particular a la teolog&iacute;a de la Iglesia y de los sacramentos, a la pneumatolog&iacute;a, a la teolog&iacute;a de la caridad en estrecha vinculaci&oacute;n con la de la unidad, e inspiraron repetidamente a los Padres del Vaticano II. El dato significa que ocuparse en la lectura de estos escritos no es s&oacute;lo ejercicio con vistas a la erudici&oacute;n, sino tambi&eacute;n esfuerzo por sacar del pasado luz para nuestro presente.